Cultural
Diary of a catastropheDiario de una catástrofe
28 de Marzo de 2013
El próximo 31 de marzo se cumplen 30 años del terremoto que sufrió Popayán en 1983, que dejó 300 muertos y cerca de 10.000 damnificados. A la víspera de esos 30 años, el maestro Alberto Correa narra cómo vivió esos hechos, ocurridos un Jueves Santo.
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La celebración de la Semana Santa en Popayán es una de las más conocidas y turísticas del país. Durante esta época es celebrado, anualmente, el Festival de Música Religiosa de Popayán, que este año llega a su edición 50. Fue durante este Festival que ocurrió el terremoto de 5.5 grados en la escala de Richter que destruyó los edificios de la ciudad. Gabriel Buitrago |
Alberto Correa
Director del Estudio Polifónico y la Orquesta Filarmónica de Medellín
En enero de 1983, el Estudio Polifónico de Medellín recibió una amable invitación de las directivas del Festival de Música Religiosa de Popayán, para actuar en la celebración especial del Festival en marzo del mismo año. El objetivo central era el de participar en un Festival de Música Sacra, netamente coral. Por esta razón, el coro residente del Festival, el Coro de Cámara, dirigido por la maestra Stella Dupont de Mosquera, invitó para actuar en la Semana Santa al Coro Inuniversitas, de Bogotá, dirigido por el maestro Pepe Liévano, ya fallecido; el muy famoso Coro de Estudiantes Cantores de la Universidad Industrial de Santander, dirigido por el maestro Gustavo Ardila, ya fallecido; y nuestro Estudio Polifónico, dirigido por quien escribe estas notas.
La siguiente es una crónica de estos trascendentales días que de una manera tremenda marcaron nuestras vidas.
Viernes 18 de marzo de 1983
Después de trabajar la “Misa de réquiem”, de Fauré, por dos meses seguidos, hicimos un pre-estreno con la Orquesta Sinfónica de Antioquia, dirigidos por el maestro Sergio Acevedo en el Teatro Pablo Tobón Uribe, con la participación de la soprano caleña Marina Tafur y del bajo antioqueño Horacio Escobar. Además de esta obra se interpretó el “Exsultate jubilate K 165”, de Wolfgang Amadeus Mozart. Fue un bello concierto con una interesante interpretación, lo que nos auguraba éxitos en el Festival que se avecinaba.
En los días subsecuentes ensayamos los programas “a capella” que teníamos que presentar en nuestro viaje por la Ciudad Blanca.
Viernes 25 de marzo de 1983
Salimos hacia Popayán en buses que abordamos en el Teatro Pablo Tobón Uribe. Un viaje relajado a pesar del gran cansancio que genera viajar durante toda la noche y toda la mañana siguiente. No tuvimos mayores problemas fuera de dos eternas “cambiadas de llanta” y esperar por sus respectivos arreglos. Nos establecimos en el Seminario Mayor de Popayán en las afueras de la ciudad.
Sábado 26 de marzo de 1983
Llegamos a Popayán en horas de la mañana y después de almorzar y descansar nos aprestamos en las horas de la tarde al primer encuentro junto a los demás coralinos de las otras agrupaciones. Alegría por el reencuentro con algunos que ya conocíamos de visitas anteriores y la natural ansiedad por ir conociendo los nuevos miembros con los que íbamos a convivir durante una semana. Calentamiento vocal y una conferencia sobre la obra e iniciamos el primer ensayo vespertino. El almuerzo, algo de descanso y nos preparamos para nuestro primer concierto “a capella”.
Al Estudio Polifónico de Medellín le fue asignada para su concierto la Capilla de Yanacona. Un templo con estilo rococó antiguo, absolutamente hermoso. Hasta las bancas eran rústicas. Aunque no tenía las joyas y decorados de los antiguos templos coloniales de la ciudad, era una muestra de una capilla antigua, con ornamentación absolutamente pobre, pero por esta razón no fea. Todo respiraba antigüedad y era una interesante manifestación de la Colonia, en un barrio prácticamente de invasión que llamaba la atención por su pobreza. El programa que interpretamos en la noche fue: dos antífonas para los “Funerales de la reina María”, de Henry Purcell. “Absalon Filii mii”, de Joaquin Desprez. “Les chants des oiseaux”, de Clement Janequin. “O magnum mysterium”, de Tomás Luis de Victoria y el coro final de la “cantata 78”, de Juan Sebastián Bach. Ha sido para mí uno de los momentos más emocionantes de mi carrera musical porque sentí el embrujo del Renacimiento en un templo real de la época. Todas las obras renacentistas que interpretamos me supieron a gloria y el Estudio las cantó con emoción y devoción.
Un buen sueño reparador para algunos mayores y para los jóvenes la aventura de recorrer la ciudad nocturna, que a esas horas luce hermosa y extraña.
Domingo 27 de marzo de 1983
En las horas de la mañana, primer gran ensayo coral del Réquiem con todos los coros en las instalaciones del Seminario Mayor Arquidiocesano, donde estábamos instalados los coros visitantes y bajo la dirección del maestro inglés Arthur Oldham.
En la tarde, segundo concierto coral con la presencia de los cuatro coros en la famosa Arcada de la Herrería. Lugar antiguo e histórico. Nosotros cantamos en tercer lugar “Les chants des oiseaux”, de Clement Janequin. Bello concierto que mostraba el poderío de los cuatro coros seleccionados para el Festival. Había llovido toda la mañana y acababa de escampar. Fue un concierto con un ambiente extraño. Cada coro interpretó las mejores obras de su repertorio. Me impresionó el Coro de Cámara de Popayán por su excelente presentación personal y por su madurez interpretativa.
Lunes 28 de marzo de 1983
Gran ensayo coral con la presencia del maestro Arthur Oldham y después de cuatro horas de trabajo dimos por terminado nuestro trabajo de preparación coral.
Mientras tanto se sucedían las procesiones de la Semana Mayor y los conciertos del Festival: un concierto interesantísimo con la Orquesta Sinfónica del Valle dirigida por el maestro Gustavo Yepes Londoño, con un programa que incluía la “Sinfonía Haffner”, de W. A. Mozart. Tenía mucho interés en conocer la Orquesta Sinfónica del Valle, porque era una de las tres orquestas regionales que funcionaban en el país.
Martes 29 de marzo de 1983
Ensayo coral en la mañana. En el Festival un concierto con la Camerata del maestro Frank Preuss. Bello concierto interpretado por viejos amigos de la Orquesta Sinfónica de Colombia.
Miércoles 30 de marzo de 1983
Primer ensayo en compañía de la Orquesta Sinfónica de Colombia en el Teatro Valencia, de Popayán, en las horas de la mañana. Hermosa edificación blanca. Todo allí en el Teatro es viejo y huele a viejo. En el fondo del escenario hay un inmenso telón pintado por el maestro Rivera, gloria de la ciudad, con el símbolo del Festival.
La “Misa”, de Fauré, es una obra sinfónico-coral muy especial, que se sale de los moldes normales del rito Tridentino de la Iglesia Católica, Es de carácter reposado, a momentos angelicales y con una terminación tranquila. Es una visión beatífica de la muerte. La orquestación es reducida, utiliza las violas a dos y solo tocan unos pocos violines desde el Sanctus.
El ensayo no marchaba bien. Se notaba algún malestar de la Orquesta o con el director, quien es famoso por la interpretación de obras sinfónico-corales, o con el coro. Las apreciaciones del director eran traducidas por una violinista americana, miembro de la Orquesta. Ante una traducción con mala intención, se enfrentó a la Orquesta con el coro y tuvo que ser replicada por una chica del coro, quien descubrió la mala traducción de la violinista americana. Esto incomodó a todo el mundo. Así transcurrió este primer ensayo con la Orquesta.
Al terminar el concierto del día anterior, comenzó una lluvia que duró toda la noche y la mañana de este nuevo día. La lluvia amainó hacia las tres de la tarde, hora en que comenzaba el concierto del maestro Rafael Puyana, que falleció hace poco. Excelente clavecinista. El mejor del mundo. El programa: la integral de las “Sonatas para flauta y cémbalo”, de J. S. Bach. Emocionante.
A la salida hice la fila para pedirle el autógrafo como él lo exigía siempre, y al llegar mi turno me reconoció y me dijo que lo esperara al terminar la ceremonia de autógrafos. Luego preguntó por mi vida y por mi trabajo musical y me confesó que tenía un extraño presentimiento y me pidió que le ayudara a llevar sus cémbalos al hotel, que no los quería dejar en el Templo de Santo Domingo. Varios de los polifónicos conseguimos dos “carretillas” de la plaza de mercado. Empacamos los claves y se los llevamos al Hotel Monasterio.
El coro se tomó la noche libre. Cenamos juntos y fuimos a conocer la noche hermosa e iluminada de la Ciudad Blanca, que era otra después de la intensa lluvia pasada. Estuvimos en el cerro tutelar de la ciudad, donde hay una estatua de un arzobispo que maldijo la ciudad y de quien se dijo que si se caía la cruz que sostenía en su mano, la ciudad se destruiría. Nos tomamos muchas fotografías con las cámaras de aquella época y caminamos por esa hermosa ciudad cuya vista nocturna iluminada por sus faroles era absolutamente fantástica. Era nuestra última visita a la ciudad universitaria. Ya en el Seminario, la Junta del Polifónico oficializó el nacimiento de una nueva orquesta para Medellín. Se llamaría la Orquesta Filarmónica de Medellín. Se discutieron todos los puntos para su constitución y nos encargaron a María Claudia Naranjo para la organización administrativa y a mí, para que condujéramos toda la operación.
Popayán está ubicada en una región de alto riesgo sísmico. Muy cerca de esta ciudad se encuentra el volcán Puracé. Gabriel Buitrago |
Jueves 31 de marzo
Nos levantamos temprano porque la cita era a las 8:00 a.m. en el Teatro para el ensayo con la Orquesta. Los coralinos que estábamos en el Seminario desayunamos y nos aprestamos a esperar los buses que nos llevarían al Teatro Valencia. Los buses no llegaron y ordené que nos reuniéramos en el Teatro del Seminario para adelantar el calentamiento y no interrumpir el ensayo.
En pleno calentamiento y a las 8:12 a.m. se sintió un ruido enorme con un fuerte sacudón de la tierra que parecía el fin del mundo. Se rompieron los vidrios. Uno trataba de caminar y se iba de lado a lado. Fueron unos 20 segundos. Todos los coralinos que se encontraban en el escenario del auditorio, abrieron una pequeña puerta lateral y se lanzaron del segundo piso hacia el patio del Seminario. Todos por la misma puerta e hicieron una pila humana en el piso. Yo les gritaba que salieran con cuidado. Pero antes de que se terminara el primer remezón todos los cantantes estaban en el piso del patio. Luego silencio absoluto. Ayudamos a retirar a todos los coralinos y en el fondo de la pila una compañerita de mucha edad había sufrido un paro cardiorrespiratorio que fue atendido por uno de nuestros médicos. Luego vino el desprendimiento de parte del techo, que cayó sobre otra compañerita que había llegado fracturada del pie derecho. Ahora recibe este material sobre el izquierdo quedando con fracturas en ambas piernas. Cuando controlamos la situación, enviamos a unos de nuestros médicos al hospital con la compañera fracturada, con la orden de unos rayos X y para que le hicieran el tratamiento traumatológico.
A los dos minutos vuelve el médico, quien nos informa la situación que se ve en la ciudad desde la puerta del Seminario y vimos cómo sobre la ciudad de Popayán se levantaba una nube de polvo en forma de hongo, como si hubiera recibido una bomba atómica. Luego, vimos la urbanización vecina al Seminario y vimos que estaba dispareja. Había edificios de cuatro pisos donde solo quedaban dos o tres pisos. Me imaginé la mortandad.
Resolvimos pensar en la supervivencia en una ciudad extraña, con un problema delicadísimo y golpeada súbitamente y de qué manera. Buscamos comida. El gerente de Lácteos Puracé, que era amigo de uno de los coralinos, nos envió suficientes bolsas de leche que había que mantener frías. Para esto hicimos un laguito en la quebrada vecina al Seminario, donde depositamos las bolsas. Se improvisó un cuartico de baño para las damas y compramos toda la comida posible en las tiendas y graneros vecinos.
Luego visitamos la ciudad. Lo que vimos fue patético. Una ciudad destruida, sucia. Los techos de las casas fuera de su lugar. Montañas de escombros. La Ciudad Blanca estaba destruida. En la Catedral se había desplomado el Domo Central causando varias muertes. Lo mismo en el Comando de la Policía. Ninguna de las hermosas e históricas iglesias quedó en pie. Los payaneses deambulaban por la ciudad sin rumbo fijo, como “zombis”. El Teatro Valencia sufrió una destrucción casi absoluta.
Los miembros de la Orquesta Sinfónica de Colombia estuvieron esperando nuestra llegada para el ensayo. Como no llegábamos porque los conductores se habían tomado la noche anterior algunas bebidas alcohólicas de más, los músicos decidieron salir a tomar un tinto. Cuando salieron todos, ocurrió el terremoto. El techo se desprendió y el escenario se convirtió en un gigantesco reservorio de material. Si hubiéramos llegado a tiempo, todo hubiera caído sobre los músicos y cantantes con un resultado inimaginable.
Todo era confusión y caos. Me impresionó el silencio que se vivió por horas. Era como si la gente no hubiera asimilado la noticia. No había cabeza que tomara una decisión. El presidente Betancur, quien acababa de llegar a Popayán a controlar la situación, me pidió que tratara de regresar los coros a sus ciudades de origen, porque los organizadores del Festival tenían demasiados problemas para resolver.
Los clavicémbalos del maestro Puyana, que siempre eran transportados con inmensas preocupaciones y pagando cuantiosos seguros, fueron colocados en el techo de carga de un bus. Los miembros de la Sinfónica de Colombia abandonaron rápidamente la ciudad en diferentes medios de transporte. En el Hotel Monasterio y en el dormitorio del maestro Harold Martina y su señora, cayó una mole del techo sobre la cama. Nuestra querida pareja se encontraba en sus labores diarias de arreglo y preparación y se escaparon de una posible tragedia.
En horas de la tarde fuimos citados al parqueadero del Hotel Monasterio donde se había decidido que se interpretara la “Misa de réquiem” para la ciudad como un homenaje a los caídos, a la ciudad y al mismo Festival. Ahí los coros foráneos cantamos la “Misa”, de Fauré, acompañados en un piano vertical tocado por el maestro Harold Martina; pasaba las hojas la maestra Blanca Uribe. Dirigía el inglés Arthur Oldham, cantaba la soprano caleña Marina Tafur y el bajo polaco era el maestro Pladjov, quien llegó a Popayán minutos antes del terremoto. No había público. Solamente estábamos Emma Elejalde, mi esposa y la señora del mellizo Félix Antonio Tabares con su hijo pequeñito. En la última intervención del bajo, mientras cantaba las palabras “Quando caeli movendi sunt et terra” (Cuándo los cielos y la tierra tiemblen), hay una fuerte réplica, se arrodilla y sigue cantando. La escena fue patética. Terrible.
Volvimos al Seminario a pie. Tratamos de ver cómo podíamos evacuar la ciudad. Solos y muy temerosos algunos. A través de un transmóvil de RCN, logramos hacer conexión con el mundo exterior y yo informé a toda la nación sobre el estado de los que estábamos cantando. Esto nos tranquilizó. A través de la radio fuimos informados de la colocación de un avión gestionado por la Gobernación de Antioquia, que nos llevaría a Medellín desde Cali y que saldría a las 8:00 a.m. del siguiente día. Había que trasladarnos a Cali y lo logramos con la ayuda de la Policía que nos puso unos buses para salir a las 4:00 a.m.
Teníamos que pasar la noche, comer algo, tranquilizarnos y planificar el transporte. No teníamos los celulares de ahora, que habrían sido una bendición. Las tarjetas de crédito eran escasas. Solamente contábamos con dos tarjetas de crédito. Suceden varias réplicas. Hacia las 10:00 p.m., apareció el señor arzobispo de Popayán, quien celebró una misa rezada, sin cantos. Fue una grata compañía que nos reconfortó.
A las 4:00 a.m., salimos en unos vetustos buses a la ciudad de Cali. Dejábamos a nuestros amigos solos. No los vimos. No nos pudimos despedir y acompañarlos en sus angustias. El viaje fue eterno. Cuando llegamos al aeropuerto, después de haber colocado a los colegas del coro de la UIS en un transporte interdepartamental, pagado con tarjetas de crédito, eran las 8:30 a.m. y el avión decolaba en ese momento, sin nosotros. Nuevamente vamos a la terminal y negociamos un transporte a la ciudad de Medellín con el compromiso de saldar el pago a la semana siguiente de Pascua. No había sitio para todos nuestros coristas y nos tuvimos que separar, pedir ayuda, esperar hasta las horas de la tarde y transportarnos en diferentes medios.
Lo que siguió en nuestras vidas fue indescriptible. Oíamos el sonido terrible que acompañó al terremoto. Muchas noches nos despertábamos asustados. El recuerdo está vivo hoy, 30 años después.
El 13 de abril de 1983, a escasos trece días de este hecho trascendental en nuestras vidas, comenzaba a funcionar la Orquesta Filarmónica de Medellín en el garaje de mi casa. En esa Semana Santa perfeccionamos la idea que venía gestándose en el Coro desde hacía un año: tener nuestra Orquesta.
La “Misa”, de Fauré, se volvió tabú, lo mismo que el “Réquiem”, de Mozart, que tiene sus historias en el mundo musical. Apenas hace un año nos decidimos a volver a interpretarlo para liberar el alma de angustias. Al año siguiente de la tragedia, acompañamos a nuestros amigos de Popayán y en la única Iglesia restaurada, la de Santo Domingo, el Estudio Polifónico de Medellín acompañado de la Orquesta Filarmónica interpretó la “Misa en Re”, de A. Dvorak. Al siguiente año hicimos una de nuestras obras insignia, el oratorio “El Mesías”, de J. F. Handel y desde ese momento no hemos viajado más a la hermosa Ciudad Blanca. Con el alma acompañamos a nuestros amigos y los rodeamos en silencio, les deseamos la mejor de las músicas en esta celebración. Del dolor de esos intensos días, nació una de nuestras más importantes realizaciones: La Orquesta Filarmónica de Medellín.