Por: Jairo Tarazona
En el espacio público de la capital hay 550 monumentos, la mayoría deteriorados, convertidos en sanitarios, refugio de delincuentes y muralla del canalla, pero lo más grave es el desprecio de los bogotanos que poco conocen la memoria de la ciudad y no cuidan este patrimonio.
Los visitantes y turistas nacionales y extranjeros que llegan por el Aeropuerto El Dorado a la capital colombiana (alguna vez llamada la Atenas Suramericana), lo primero que ven sobre la calle 26 con carrera 99, es el Monumento a los Reyes Católicos alegórico al descubrimiento del Nuevo Mundo, conformado por las estatuas fundidas en bronce de la Reina Isabel de Castilla y del almirante Cristóbal Colón, obra del escultor italiano Cesare Sighinolfi e inaugurado a principios del siglo XX, en la presidencia de Rafael Reyes.
Los pedestales, basamentos y esculturas han sido rayados, pintados e incluso desmenbrados por vándalos que se han ensañado en sus muros con agresivos grafitis que no sólo hieren las paredes, sino además la sensibilidad humana. Una primera imagen negativa de la capital colombiana.
Según un inventario del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, la colección de 550 bienes muebles en la ciudad está compuesta por buzones, campanas, placas conmemorativas, pinturas murales, escudos, fuentes, esculturas, pilas y relojes. 85 de estos monumentos están declarados como Bienes de Interés Cultural de Carácter Nacional por haber sido elaborados antes del 31 de diciembre de 1920 por autores identificados, atribuidos o anónimos y pertenecientes a personas naturales o jurídicas. De estos, 67 se hallan en el centro histórico de Bogotá y 18 en otras localidades. Otros 51 aparecen como Bien de Interés Cultural de carácter distrital.
María Clara Torres, funcionaria del Distrito, publicó en el año 2008 una guía de las esculturas de la ciudad que tituló: Bogotá un museo a cielo abierto, connotación que aún mantiene el IDPC, pero que en la realidad no se percibe por la indiferencia ciudadana y el desconocimiento de la ubicación y lo que representan los monumentos.
En un sondeo que hicimos para este reportaje preguntándole a desprevenidos transeúntes si sabían dónde estaban las estatuas del Fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada; la del Prócer de la Independencia Antonio Nariño, el General Santander, el Templete de Bolívar o los monumentos a los Mártires o los Héroes Ignotos, la mayoría respondió negativamente, sorprendidos por su desconocimiento.
María Eugenia Martínez, directora del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, dice que Bogotá tiene una gran riqueza en sus monumentos, pero no hay conciencia en sus habitantes sobre la importancia de preservar y conocer la memoria esculpida en estas obras de reconocidos artistas italianos y de otras nacionalidades que en sus países fueron encargados de realizar los grandes monolitos que hoy embellecen y son orgullo en Roma, París, Madrid y otras capitales europeas.
A la indolencia de los bogotanos con su memoria monumental, se le agrega la desidia de los gobernantes de la ciudad y del orden nacional que destinan recursos irrisorios para su mantenimiento y restauración. Para el año 2015 el IDPC recibió apenas 1.500 millones de pesos, suma exigua para limpiar, arreglar y restaurar la gran cantidad de muebles deteriorados. Las responsabilidades sobre el mantenimiento de los bienes nacionales son compartidas con el Ministerio de Cultura, que tampoco cuenta con un presupuesto decente para este fin.
“Los recursos son insuficientes para restaurar y limpiar los monumentos, de los 550 que hay en Bogotá el Distrito entrega 50 restaurados lo que constituye una apuesta por lo público ,porque cuando se interviene un monumento se interviene lo circundante y aportamos al arreglo del espacio público“, comenta Martínez.
La sola restauración de una obra de arte en la calle, como la Gran Mariposa en la plazoleta de San Victorino, cuya fuente y escultura están siendo reparadas por corrosión, suciedad de palomas y excrementos que afectaron el metal, tiene un costo de 80 millones de pesos, subraya María Alejandra Malagón, coordinadora de monumentos en el espacio público del IDPC.
Conquistadores, héroes y arte público en cuidados intensivos
La estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada que honra su memoria, ubicada en la Plazoleta de la Universidad del Rosario, en la Avenida Jiménez con carrera sexta, fue encargada mediante concurso del gobierno nacional en 1960, al escultor español Juan de Ávalos García Taborda autor de reconocidas obras como los Evangelistas del Valle de los Caídos en las afueras de Madrid, imágenes religiosas en iglesias y colecciones particulares y del conjunto dedicado a “Los Amantes de Teruel” que se conserva en la localidad española del mismo nombre.
La escultura de Jiménez de Quesada fue puesta inicialmente en Calle 13 con carrera octava, en pleno corazón de Bogotá pero luego fue trasladada a la Plazoleta donde se encuentra actualmente, alejada de la vista de sus ciudadanos y colocada sobre una reja de ventilación del parqueadero subterráneo de la Universidad, expuesta a los gases contaminantes que sin embargo no la ha afectado tanto como los grotescos grafitis que durante décadas la han cubierto.
Hoy ese monumento, que debería ser el símbolo de la memoria de la vieja Santafé, como la llamó su fundador, está siendo restaurado junto con la plazoleta. “A Jiménez de Quesada lo hemos intervenido 4 veces, estamos en una quinta intervención, francamente lo rayan al milímetro, uno dice: ¡pero esto no puede ser, tiene que haber un mayor respeto por las distintas memorias de la ciudad!“, dice con tono desesperanzador la directora del Instituto de Patrimonio Cultural, María Eugenia Martínez.
Por estos días, se puede observar en la escultura a un grupo de jóvenes vestidos de overol y con estopas en sus manos con las cuales limpian cuidadosamente las paredes. “Hay que aplicar químicos para remover la pintura, es complicado porque la piedra está porosa y uno se pude demorar varios días limpiando una sola cara“, dice a través de un tapabocas, Marcela Hernández, una de las restauradoras.
Juanita Enciso, quien dirige los trabajos, explica que al pedestal y basamento de Don Jiménez de Quesada le están eliminando los grafitis, tarea que puede demorar 3 o 4 semanas. “Este monumento se arregla por lo menos 2 veces al año y puede quedar limpio unos 15 días para que lo vuelven a dañar“, advierte la mujer ,que también ha intervenido otras obras como el Templete del Libertador en el Parque de los Periodistas, El hombre a Caballo y en 3 ocasiones la estatua de Simón Bolívar en la Plaza del mismo nombre, que “dura un tiempito limpia hasta cuando hay manifestaciones y la gente indolente lo grafitea otra vez por falta de apropiación y sentido de pertenencia“, indica Enciso.
En 1948, con motivo de la IX Conferencia Panamericana en Bogotá fue erigido el Monumento a las Banderas cerca al entonces Aeropuerto de Techo, en una glorieta sobre la Avenida de las Américas con carrera 80 en la localidad de Kennedy.
La obra fue encomendada al artista local Alonso Neira Martínez quien esculpió 120 estatuas de mujeres desnudas, emplazadas en 21 columnas en las cuales flameaban los símbolos patrios de los países que integrarían la Organización de los Estados Americanos (OEA) que se creó en ese encuentro.
Durante algunos años estas esculturas gozaron del aprecio y la admiración de la comunidad pero con el paso del tiempo los vándalos empezaron a rayarlas y pintarles las partes íntimas como si tuvieran vellos púbicos o bikinis, incluso han sido sodomizadas. En el lugar comprobamos que también allí se practica la brujería o la santería, según sea el caso: sobre la base de una las columnas encontramos una gallina descuartizada, con un banderín rojiblanco y rodeada de hierbas, ceremonia que es propia de la religión Yoruba que se practica en Cuba y en otros países afroamericanos, en la cual la ofrenda de un animal hace parte del rito.
Unas cuadras arriba hacia el oriente en el barrio Marsella sobre la misma Avenida de Las Américas, se encuentra otra de las esculturas elaborada para la Conferencia Panamericana de 1948, La pila de la Diosa del Agua, anegada por grafitis y abandonada a su suerte, hoy no tiene pileta, ni agua.
Una que sí tiene agua, es La Rebeca ubicada en la calle 26 con carrera trece, en el centro internacional, acaba de ser restaurada y luce radiante; es uno de los monumentos insignes de la vieja Bogotá, allí se bañaban los gamines.
“Hay que mantenerla limpia, es una obra querida por mucha gente, pero también algunos piensan que el rayón se ve más y le hicieron un tatuaje de Millonarios, pensamos que toda la vida iba a quedar tatuada pero se le quitó sin afectar demasiado el monumento porque estos procesos tienen dificultades“, puntualizó la directora del IDPC.
Señaló a las barras bravas, a estudiantes, manifestantes y anarquistas de ser los principales agresores de la memoria patrimonial de la ciudad.
Entre la apatía y la indiferencia, un pueblo que no conoce su historia
Pero no sólo los vándalos atacan y dañan los monumentos, también de manera inconsciente muchos ciudadanos los violentan cuando invaden las calles y parques donde han sido erigidos, como la estatua del expresidente Carlos Lleras Restrepo en la Avenida Jiménez con carrera octava donde son parqueados encima del andén y su alrededor, camiones y furgonetas.
O el busto de Antonio Baraya, en la carrera 13 con calle 39, tapado por un pequeño mostrador y un parasol donde se vende cholao en condiciones higiénicas dudosas; o el monumento a Rafael Uribe Uribe en el Parque Nacional, que es utilizado por muchachos para practicar el snowboard estilo libre, que consiste en rodar sobre una pequeña patineta sobre obstáculos, en este caso sobre los muros y la pileta de este bien patrimonial.
En el Parque de la Independencia donde está la memoria de la conmemoración del centenario, obreros que realizan obras en la zona juegan fútbol al lado del Quiosco de la Luz, construido para la primera exposición industrial y comercial de Colombia, donde había una planta eléctrica de la cual salió el 20 de julio de 1910 el cable madre que iluminó la Plaza de Bolívar, los Parque Santander, San Diego y el recién inaugurado Parque de la Independencia.
Según María Alejandra Malagón, coordinadora de monumentos en el espacio público del IDPC, el 9% de los bienes de la ciudad presenta un pésimo estado de conservación de acuerdo con estudios de esa institución, pero cuando se observa este museo al aire libre no es exagerado afirmar que por lo menos el 80 por ciento restante presenta algún tipo de daño o agresión.
Los bienes muebles que mejor se conservan o presentan un excelente estado son aquellos que se encuentran en espacios cerrados, protegidos por rejas, lejos de la mirada o el contacto de los transeúntes o bajo la vigilancia de la Policía y la seguridad privada.
Algunos de ellos son la escultura de Rafael Núñez en el patio sur y la de Tomás Cipriano de Mosquera en el costado norte del Capitolio Nacional, la estatua de Epifanio Garay en el Museo Nacional y los Monumentos a los Héroes en la avenida Caracas con calle 80 y la Batalla de Ayacucho en la Plazoleta Emaus del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República en la carrera 7 con calle 7.
Este último monumento es uno de los más grandes y hermosos que tiene la capital, rememora los hechos y personajes de esa gesta, los héroes Antonio José de Sucre y José María Córdoba. En la parte frontal hay un relieve descriptivo de la batalla entre el Ejército realista español y el Ejército libertador, sin embargo la obra no puede ser admirada de cerca porque una reja impide su paso , está en zona restringida de seguridad y sólo es visible a unos 80 metros.
Aunque está encarcelada y presenta un buen estado de conservación, se nota que hace varios años no tiene ningún tipo de mantenimiento y en la piedra se ven grandes manchas. “Infortunadamente el monumento fue intervenido hace muchos años no sabemos por quién y perdió la patina, (capa protectora que se forma del bronce o del cobre) pero al estar dentro de esta institución no ha sido violentado por el vandalismo“, dice Isabel Quintero restauradora y funcionaria de la Presidencia.
Unas cuadras más abajo, sobre la avenida Caracas con calle 10, están dos Bienes de Interés Cultural, la iglesia del Voto Nacional y el Monumento a los Mártires, que sobreviven en malas condiciones en medio de la putrefacción de los excrementos y la orina de los indigentes que utilizan como sanitario el obelisco y duermen en su entorno.
La obra de 17 metros de altura es de la autoría del arquitecto Thomas Reed que la inició en 1872 y fue terminada por Mario Lambardi, que respetó el diseño original. Se inauguró el 4 de marzo de 1880 y en sus lozas están los nombres de los mártires de la independencia de Colombia, entre otros Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, mercedes Abrego, Camilo Torres y Francisco José de Caldas, fusilados por el comandante del ejército español Pablo Morillo.
Este monumento que además de ser de los más antiguos y representativos de la historia de Colombia es de los que presenta peor estado por el daño causado por grafitis, contaminación bacteriológica y fractura de sus placas con el agravante de estar a pocos metros de la calle del Bronx el mayor expendio de drogas donde muy pocos se atreven a entrar por la inseguridad, mucho menos los funcionarios encargados de cuidar y restaurar el patrimonio.
Se acaban los restauradores
Se acaban los restauradores
La Universidad Externado de Colombia es la única institución que formaba restauradores pero cerró hace 5 años las inscripciones por falta de alumnos, pese a la gran demanda de estos profesionales. William Gamboa, director del Programa de Museología, Conservación y Restauración de Bienes Muebles de esa institución dice que sólo quedan los últimos estudiantes por graduarse, después no habrá más. Recuerda que en los primeros años hubo gran demanda y se inscribían entre 70 y 80 aspirantes para los 20 cupos ofrecidos, pero en los últimos años escasamente se presentaron 10 lo que obligó a cerrar el programa. “Colombia evidentemente no es un país con tradición cultural, se cree que quien estudia esto va a ganar sueldos bajos y no se va a emplear pero es al contrario hay mucho trabajo y un campo de acción muy amplio, no sólo en restauración, sino en gestión cultural, museos y conservación preventiva“, sostiene Gamboa.
Recalca que la ciudadanía no se siente identificada con su cultura ya que los monumentos al estar en espacio público “son de todos y no son de nadie, pareciera que la violencia contra ellos es una forma de cobrarle al Estado o mostrarle inconformismo con el gobierno, cualquier agresión a nuestros monumentos la pagamos los ciudadanos de nuestro propio bolsillo“, puntualiza Gamboa.
Para tratar de salvar la memoria de Bogotá, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural creó un programa de adopción de monumentos que hasta la fecha ha recaudado 800 millones de pesos. “Como el Distrito no puede solo hacer todo en esta materia hemos pensado que los particulares pueden ayudarnos a recuperar estos bienes y llevamos 13 adoptantes como Opaín, las embajadas de Estados Unidos y Suiza, el Banco de la República entre otros, si nos unimos privados y públicos en esta tarea una visión más moderna de ciudad, donde la responsabilidad no sea sólo de la administración, sino de todos yo creo que sacamos estos monumentos adelante“, dice con optimismo María Eugenia Martínez, directora de la institución.
El electo Alcalde de Bogotá, Enrique Peñaloza asegura que va a mirar si aumenta el presupuesto para preservar el patrimonio de la capital colombiana, pero cree que primero “tiene que haber amor por la ciudad ,no podemos tener desorden, mugre, grafitis por todos lados, encima de los monumentos, la ciudad puede ser ,además de segura y contar con un buen transporte y educación, bonita, puede estar limpia, iluminada, tener una excelente arborización, de manera que los monumento hacen parte de nuestra memoria ,eso que nos alegra el alma y nos conecta con nuestro pasado“.